Aunque fueron condenados por la iglesia, a su modo eran auténticos cristianos.
Ellos veían corrupción en la jerarquía católica y trataron de vivir según las enseñanzas del Evangelio.
A principios del siglo XIV, Pèire Autier, prestigioso notario y jurista occitano, abandonó todo para entregarse al catarismo. En el mundo religioso medieval se podían seguir dos caminos: el de una Iglesia que huye y perdona y que sigue el ejemplo de los apóstoles o el de otra que posee y desolla, la Iglesia de Roma.
La Iglesia de Roma perseguía y mataba a todos los que se oponían a sus pecados y prevaricaciones y no le hacía falta huir de ciudad en ciudad, sino que se asentaba con toda grandeza y pomposidad.
En la cristiandad medieval había una Iglesia oficial que era poderosa y mundana y que se había alejado por completo del mensaje evangélico y otra, una Iglesia de Cristo auténtica, fiel seguidora de la vida apostólica y consecuente con los principios evangélicos, pero a la vez víctima de la persecución que Jesucristo había anunciado a sus seguidores más genuinos.
El catarismo nació bajo esta premisa. Fue el movimiento religioso más importante disidente y se extendió de forma discontinua por Europa entre los siglos XI y XV.
Los cátaros eran seguidores firmes de Jesús y consagraban su vida a las sagradas escrituras, con una predilección especial por el evangelio de Juan. Reproducían ritos, prácticas y el modelo de organización del cristianismo primitivo, además de creer en un modelo de salvación fundado en la recepción de un único sacramento, el bautismo del Santo Espíritu, llamado por ellos consolament.
Las iglesias cátaras en su mayoría, admitían la existencia de dos principios originarios, opuestos e irreconciliables. Dios, autor de los espíritus, del bien y del Nuevo Testamento y creador de una obra incorruptible y eterna y Satanás, autor de la materia, del mar y del Antiguo Testamento, de todas las cosas vanas y corruptibles, que incluyen el universo, el mar, animales, seres humanos..
Los ángeles caídos del paraíso estaban condenados a permanecer encerrados para siempre en esos cuerpos de carne y para los cátaros, el único objeto de la historia de la humanidad consistía en lograr la salvación sucesiva de unos espíritus caídos que, en caso de no recibir el consolament, que era el único sacramento del catarismo, en el momento de su muerte vagarían consumidos por el fuego de Satanás y al menos hasta que no lograsen encarnarse en otro cuerpo y emprendieran una nueva vida.
La iglesia de Roma suprimió brutalmente a la iglesia de los cátaros, poniendo fin a su existencia a finales del siglo XV y finalizando en las tierras de Bosnia con la invasión de los turcos a mediados del siglo XV.
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