En el sur de Francia, durante el siglo XII prosperó en el sur un grupo de cristianos que se consideraban a sí mismos la verdadera "Iglesia de Dios".
Tenían sus propios ritos, dogmas y una jerarquía independiente de la iglesia oficial.
Ellos consideraban que su iglesia era mucho más pura y auténtica que el corrupto clero oficial.
Los cátaros tenían sus dogmas y ritos y poseían una organización propia, con obispos, diáconos y "bons homes".
Inocencio III, a principios del siglo XIII, era el pontífice más importante de la Edad Media y dedicó todas sus fuerzas a atacar al catarismo, que era un movimiento cristiano disidente que desde hacía dos siglos había surgido en diversos puntos de Europa.
La nueva iglesia de los cátaros, era considerada herética y se convirtió en una auténtica pesadilla para el Papado y para la Iglesia de Roma.
No había una sola iglesia, eran varias que estaban dispersas y unidas no tanto por estructuras jerarquizadas como por los vínculos de hermandad y solidaridad, al estilo de las Iglesias Cristianas primitivas.
En Europa surgireron comunidades cátaras tardías en el reino de Francia y sus territorios vasallos (Champaña, Flandes o Borgoña), Aquitania, Alemania (LIeja y Renania), Italia (con numerosas y activísimas iglesias, sobre todo en el norte), en condados catalanes al norte de los Pirineos y en lo que más tarde sería conocido con el nombre de Languedoc: las tierras comprendidas dentro de los lindes del condado de Tolosa, los vizcondados de Carcasona, Béziers y Albi, el vizcondado de Narbona y el condado de Foix.
Los miembros de la iglesia, que seguían al pie de la letra las prescripciones de su fe, se llamaban a sí mismos "cristianos" y en el Languedoc el pueblo los llamaba "Bons Homes" o "Bones Dones".
La iglesia católica, los denominaba "Herejes revestidos".
Su misión principal era la de predicar, hacer efectivas oraciones rituales, dar el "consolament" y garantizar la sucesión apostólica (continuidad de la iglesia) de acuerdo con las llamadas de justicia y verdad.
Residían en comunidad y trabajaban con sus propias manos, vivían en la pobreza y con total austeridad y se atenían a estrictas normas de continencia alimentaria y abstinencia sexual.
Los cátaros finalmente tuvieron que ocultarse por la persecución por parte de la Inquisición, también tuvieron que cambiar sus hábitos y celebrar sus ritos en los claros de los bosques.
En 1321 murió Guilhelm Beibasta en la hoguera, el último cátaro conocido de Languedoc.
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