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El vagabundo de la muerte, "El Arropiero"


El Arropiero, Manuel Delgado Villegas

Sevilla, 25 Enero 1943 - 02 Febrero 1998

Lo detuvieron a comienzos de 1971 en el Puerto de Santa maría - Cádiz, por estrangular a su novia, que apareció con los leotardos anudados al cuello. Los policías se encontraron ante un necrófilo, ya que Manuel reconoció que tuvo relaciones sexuales varias veces con el cadáver.

Tras la detención empezó a desgranar una secuencia de crímenes terribles perpetrados durante varios años de vagabundeo. Es considerado el mayor asesino en serie de la historia española.

Se declaró autor de cuarenta y ocho muertes. Nunca fue juzgado, se le ingresó en el Psiquiátrico de Carabanchel.

Falleció en el año 1998 estando en libertad, ya que se había beneficiado de la nueva legislación penal.

El Arropiero nació en la posguerra española, el hambre y la miseria lo acompañaron en toda su infancia. Huérfano de madre que falleció cuando le dio a luz, su padre, un honrado trabajador, se ganaba la vida fabricando y vendiendo golosinas caseras hechas con arrope (líquido dulce, oscuro y espeso que se hace con higos). Su padre nunca imaginaría que ese alias sería conocido por todo el mundo en algo tan escabroso. Dejó a sus dos hijos con la abuela y se marchó a vivir al Puerto de Santa María (Cádiz), donde se casaría posteriormente.

Manuel estuvo con varios parientes que le propinaban frecuentes palizas que le curtieron el cuerpo y endurecieron su corazón. Nunca pudo aprender a leer ni escribir, aunque asistió a la escuela.

En su adolescencia mostraba un carácter muy violento y la promiscuidad empezó a ser su forma de vida. Era bisexual y empezó a entablar amistades entre homosexuales y prostitutas, de los cuales logró vivir a su costa.

Se enfadaba cuando le crecían los pelillos en el centro del labio superior porque borraba el parecido que creía tener con Cantinflas.

Su éxito se debía a que padecía anaspermatismo (ausencia de eyaculación), por lo que era capaz de practicar repetidos coitos en busca de un orgasmo que nunca conseguía.

A los 18 años ingresó en la Legión Española. Allí comenzó a consumir marihuana, motivo por el que fue sometido a una cura de desintoxicación. Padecía ataques epilépticos (nunca se supo si fueron fingidos) que le sirvieron para que fuera declarado no apto para el servicio militar. Pero en ese tiempo aprendió un golpe mortal que le ayudó después en su carrera criminal

A partir de ese momento se dedicó a recorrer la costa mediterránea ejerciendo la mendicidad, prostituyéndose y robando en las casas de campo. Lo detuvieron en varias ocasiones por "la gandula", famosa ley de vagos y maleantes, más tarde denominada de peligrosidad social.

Nunca fue a prisión, dado que las convulsiones neurológicas lo conducían a psiquiátricos de los que salía rapidamente.


A los 20 años "El Arropiero" comenzó su escabrosa vida criminal. Lo que antes habían sidos delitos que no pasaban de proxenetismo y paso clandestino de fronteras (Italia, Francia) se convirtió en una carrera criminal que no cesaría en muchos años. Era el año 1964 y Manuel estaba paseando por la playa de Llorac, Garraf (Barcelona) "Vi un hombre dormido apoyado en un muro. Me acerqué a él muy despacio y, con una gruesa piedra que cogí cerca del muro, le di en la cabeza. Cuando vi que estaba muerto, le robé la cartera y el reloj que llevaba en la muñeca. ¡No tenía casi nada y el reloj era malo!".

El cadáver fue descubierto a los 19 días de haberse cometido el crimen, la víctima, era un cocinero que había acudido a la playa desde Barcelona, para recoger un par de saquitos de arena para la cocina y se recostó a dormir una pequeña siesta de la que ya no se levantaría. Siete años tardó la justicia en demostrar la culpabilidad del Arropiero en este crimen.

Tres años después cometería otro crímen en Ibiza, en un chalet deshabitado de Cam Plana, a 5 km. de la capital, abandonaba el cadáver desnudo de una estudiante francesa que ese día cumplía 21 años. La chica, había acudido al lugar con un norteamericano y, tras ingerir varias dosis de LSD, éste intentó mantener relaciones sexuales, pero ella se opuso tenazmente. El yanqui, desanimado, abandonó la casa dejando la puerta abierta.

La casualidad hizo que el Arropiero le viera salir y, pensando que era un ladrón, intentó imitarle, encontrándose con la joven que yacía dormida. Tampocó despertaría de su sueño nunca.

En un viaje a Madrid, asesinó de un golpe de karate al inventor del slogan "Chinchón, anís, plaza y mesón". El cadáver apareció en un recodo del río Tajuña sin pantalones ni calcetines. "Lo maté porque le vi en compañía de una niña a la que trató de violar", dijo el Arriero.

Después un millonario vicioso. Se trataba de un barcelonés que contrataba regularmente sus servicios por el precio de 300 pesetas la sesión. Se encontraban en la tienda de muebles propiedad del industrial, escenario habitual de sus reuniones, cuando el Arropiero le solicitó mil pesetas argumentando que tenía una necesidad urgente.

El empresario prometió dárselas al final, pero, concluido el acto, le pagó las 300 pesetas de siempre. "Por eso le pegué en el cuello con el canto de la mano y cayó al suelo. Cuando le estaba quitando la cartera se despertó y empezó a insultarme ¡él a mí!, por lo que agarré un sillón, le arranqué una pata y le di con ella en la cabeza". Después lo remató estrangulándolo. Le partió el cuello.

A finales de 1968 cometió el crímen más espeluznante. Asaltó a una señora de 68 años, propinándole un fuerte golpe. Después la arrojó desde una altura de 10 metros, descendió en su búsqueda y arrastró el cuerpo ensangrentado hasta el interior de un tunel, donde sació su degenerado instinto sexual mientras lentamente la estrangulaba. Este acto terrible lo repitió durante tres noches.

En Septiembre de 1970 se trasladó a vivir al Puerto de Santa María (Cádiz) con su padre, para ayudarle en la fabricación de las arropías y vender en un carrito por las calles. Pronto hizo amistad con un homosexual, con el que mantuvo relaciones.

"Fuimos a dar un paseo en moto y cuando íbamos a salir a la carretera general, me acarició. Le dije que se estuviera quieto, pero no me hizo caso. Enfadado, paré y le di un golpe en el cuello, despacio, pero era tan flojo que se cayó y se rompió las gafas. No respiraba bien y me dijo que lo llevara al fresco, junto al río. Allí intentó otra vez tocarme y, sin pensarlo, le solté un golpe más fuerte y cayó al fango, boca abajo e inmóvil". El cadáver fue localizado flotando a 12 kilómetros del lugar del crimen.

Tuvo una relación con una discapacitada, muy conocida por su desmesurada afición a los hombres. Llegó a presentarla a su padre como su novia."Salimos a dar un paseo y por una veredas fuimos al campo de Galvecito; hacíamos el amor siempre en él sin que nadie nos viera. Lo hicimos, como siempre, de muchas formas, pero me pidió una cosa que me daba asco. Cuando me negué a ello me insultó y me dijo que no era hombre, pues otros se lo habían hecho". La infeliz no se apercibía de que estaba firmando su sentencia de muerte. "Entonces le pegué un golpe, y como no se callaba y me seguía insultando, le puse al cuello los leotardos que se había quitado y apreté hasta que se murió".

Cuando terminó escondió el cuerpo entre unos matorrales y regresó al pueblo. "Volví a estar con ella el lunes, el martes y el miércoles, y hubiera vuelto hoy si no me hubieran detenido. ¡Estaba tan guapa!, ¡La quería tanto! ¿No era mi novia?, ¿Entonces no podía hacer el amor con ella lo mismo que antes?" Fue su argumentación al ser detenido por agentes de la Brigada de Investigación Criminal, el 8 de enero de 1971.

De los cuarenta y ocho asesinatos que se atribuyó -especificó que estuvo a punto de matar a seis personas más para satisfacer su apetito sexual- durante sus siniestras andanzas por Francia, Italia y España, sólo se llegaron a probar ocho, debido a su extrema complejidad, que hubiera precisado la colaboración policial a nivel europeo. Faltaron acusaciones particulares, había pocos testigos. No se llegó a celebrar la vista oral, sino que con base en la Ley de Enjuiciamiento Criminal se emitió un auto de sobreseimiento libre, por el que quedó archivada la causa y se ordenaba su internamiento en un centro psiquiátrico penitenciario. El de Carabanchel fue su destino, hasta el cierre del mismo hace una década.

En dicho establecimiento fue examinado por expertos psiquiatras de numerosos países y determinaron que se trataba de un peligrosísimo psicópata, a causa de ser poseedor del cromosoma XYY, denominado de Lombroso o de la criminalidad. Los especialistas que estudiaron su caso coincidían en que no se le podía poner en libertad porque "es un criminal nato, un asesino que puede hacer mucho daño siempre, mientras viva". Por su alteración genética carecía de conciencia, de sentido de la culpabilidad, de remordimientos; creía que era normal, incluso cuando asesinaba. Cortocircuitados los sentimientos, lo hacía con la mayor tranquilidad: ni parpadeo, ni aceleración cardiaca, ni gota de sudor.

Describió con la mayor frialdad posible cómo en Roma mató a su patrona porque se había encaprichado de él y, como era demasiado gorda, no podía abrazarla. En París se encaprichó de una joven que pertenecía a una banda de atracadores; como éstos se negaron a admitirlo en el grupo, acribilló a los cuatro con la metralleta de uno de ellos. En la capital francesa, antes de ser expulsado del país por indocumentado, mató a otra chica por chivata, estrangulándola lentamente.

Prosiguió sus correrías por la Costa Azul, asesinando a una dama de unos 40 años que le llevó a su lujoso chalet; ella se empeñó en que durmiera abundante y él, contrariado, le machacó la cabeza con una piedra.

Le robó el dinero y las alhajas. Igual que haría con un hombre que, al verlo dormido en la playa, se ofreció a que lo hiciera en su casa; tras invitarle a cenar, intentó mantener relaciones sexuales con él. Un apretado cable alrededor del cuello del anfitrión puso fin a su "generosidad". Curiosamente "el estrangulador del Puerto" aportó un dato que ayudó a la INTERPOL a cargarle la autoría del crimen. Recordó que, al mantener contacto íntimo con su víctima, se quedó dentro del recto de ésta el vendaje que le cubría el dedo con el que le penetró. El informe del forense establecía que, efectivamente, al hacerle la autopsia se habían encontrado unas gasas en tal lugar.

Durante las dos décadas largas de internamiento fue sometido a tratamientos por diversos expertos. A consecuencia de ello jamás volvió a mostrarse violento con otros enfermos. "En ocasiones ocurre que algún interno se mete con él llamándole estrangulador y, sin violentarse, enseguida me llama y viene a presentar la queja oportuna". Declaraba uno de los jefes del centro de Carabanchel.

Bajito y de extraordinaria fortaleza. Un sujeto enigmático y agresivo, de mente retorcida, sin escrúpulos, en cuyo diccionario no entraban las palabras perdón, piedad o remordimiento, y que alardeaba de sus hazañas delictivas. Se pasaba el día musitando: "Necesito que alguien se acuerde de mí".

Con el paso de los años en el psiquiátrico, su aspecto externo tornó, pese a ser un cuarentón, en el de un anciano de cabello oscuro encanecido, ralo y enmarañado, barba hirsuta, rostro ajado y diabólico, ojos azules como el mar, fríos como el hielo y penetrantes como el acero. Pero su actitud cambió. "No he matado a nadie", susurraba a quien quería escucharle. Como si hubiera olvidado el casi medio centenar de asesinatos de los que alardeaba, describiéndolos con todo detalle en los interrogatorios policiales. Decía que quería curarse, trataba de recuperar la libertad.

Tras el cierre del madrileño psiquiátrico penitenciario de Carabanchel prosiguió su internamiento judicial en el sanatorio alicantino de Foncalent. Con la entrada en vigor del nuevo Código Penal fue puesto en libertad, falleció al poco tiempo debido a su desmedida adicción al tabaco, desarrolló una EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) que acabó con su vida el 2 de febrero de 1998.

Carlos Balagué hizo un documental sobre este asesino en serie. Sabiendo lo que tenía entre manos y el impacto que la personalidad de Arropiero iba a causar en el espectador, no trata de suavizar al personaje, sino de potenciar sus rasgos mediante un estilo sencillo, aparentemente convencional, pero de mínimos trazos, muy estudiados, y de un montaje claro, respetando la narratividad y aportando en el momento oportuno, información adicional.

El retrato robot del asesino en serie está construido con clarividencia y seriedad, intentando comprender su nivel de animalidad y frialdad. La vida de Arropiero tuvo tantas aristas que escapó a la Sociedad española de los setenta. Embaucador, mentiroso, simpático y depredador por naturaleza, su personalidad contrastaba con sus crímenes, brutales, sorprendentes y aleatorios.

Pero el documental pone también el acento en su amistad con los policías que le detuvieron, con los que viajó por toda España con una maleta de sumarios por resolver. ¿Por qué nadie sabía de sus crímenes, al menos cuarenta y ocho potenciales de los que se le inculpó, hasta que él mismo se entregó después del cometido en el Puerto de Santa María el 18 de Enero de 1971?

Está claro que, ni siquiera hoy, el sistema social está preparado para este tipo de personas. Sitios tan mundanos como los manicomios o las cárceles no sirven. Es por eso que la única manera de combatir a esta lacra fue encerrándole y medicándole hasta convertirlo en un vegetal. El franquismo quiso ocultar el caso, se perdió su sumario varias veces, y debido a la brutalidad de sus crímenes, sólo se investigaron veintidós de los cuarenta y ocho que confesó.

El hecho de matar le enorgullecía y su meta era ser el mayor asesino de la historia. Al final del documental se insertan unos planos grabados con videocámara de las reflexiones que este hombre hacía sobre la vida y la sociedad y que no desvelaré, ya que son tan demoledores que ni siquiera la escritura puede trasladar tales pensamientos.

Uno de los planos, es terriblemente estremecedor: un picado desde arriba del patio-corredor en el que se le ve sentado mirando al suelo. De repente, levanta la vista y mira a cámara esbozando una media sonrisa, sabiendo que es el centro de todas las miradas, sabiendo que nadie sabe que hacer con él, sabiendo que volverá a matar si le dejan libre. La media sonrisa se convierte en orgullo y prepotencia, y el desafío de cómo un sólo hombre puede poner en jaque a todo el sistema judicial y a todas las autoridades competentes del país está construido sobre su extrema monstruosidad, más allá de cualquier acto considerado amoral. Impacto, fascinación y repulsa a partes iguales es lo que se siente cuando se ve algo así en la pantalla.

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